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I Vertic Night de Málaga


Llevo más de 6 años corriendo y a pesar de haber corrido millas, leguas, carreras urbanas, medias maratones y cross, esta carrera me ha descubierto un fascinante nuevo mundo por explorar.

En esta carrera he tenido sensaciones, emociones y experiencias únicas, y a la hora de narraros mi crónica de la misma no tengo ni idea de cómo empezar, así que comenzaré por el principio…


A las 16:00 salí de casa, con todo preparado y vestido ya, acompañado de mi hermana, que poco a poco se está metiendo también en el mundillo del atletismo, y que aunque venía como espectadora, espero poder contaros más adelante que por fin se ha estrenado en el mundo del atletismo con su primera carrera.

A las 16:15 recogí a Gonzalo en la rotonda de Los Pacos y nos encaminamos hasta el Parque de la Alegría de Ciudad Jardín, adonde llegamos a las 17:00 aproximadamente entre bromas y risas, la compañía de ambos es excelente.

Aparcamos justo al lado del parque, y tras recoger el dorsal nos echamos algunas fotos, mientras los atletas iban llegando.








La representación del Club Atletismo Fuengirola no fue escasa en esta prueba, en la que participamos Raúl, Marco, Cholo, Fernando y alguno seguro que se me escapa, aparte de mí, sin embargo hasta poco antes de ser llamados a la línea de salida sólo había visto a Marco, con quién había estado charlando un rato, y a Raúl.


Sobre las 17:45 fuimos llamados a línea de salida, y me coloqué en la primera línea, vacía aún en esos momentos pese a que ya había un buen número de atletas dentro de la zona de salida.


Mientras tanto los corredores iban llegando poco a poco, ya comenzaba a oscurecer y el parque iba tomando otro cariz…




Momentos antes de la carrera mi concentración era máxima… Nunca había participado en una carrera de trail, ni en una carrera nocturna, y a pesar de que la noche anterior había estrenado el frontal, gracias a las pilas que me prestó Domi (muchas gracias, ¡espero que te fuese genial en la media de Córdoba!) no sabía si iba a responder adecuadamente.


También corría con lentillas por primera vez desde hacía mucho tiempo y estrenaba mallas térmicas, muchas novedades ante una competición, a las que se debe llegar ya con todo probado y comprobado.

A pesar de ser térmicas tenía frío en esos momentos previos a la salida, aunque no duró demasiado.


Tras soltar un alarido espartano y escuchar una banda sonora típica de escena decisiva en película bélica o similar dio comienzo la salida, que me pilló desprevenido, por lo que se me adelantaron varios corredores de la segunda línea y no pude realizar una salida todo lo rápida que hubiese querido, pero como aprendí más adelante a base de sufrimiento, el tiempo es muy relativo en la montaña, y su importancia no tiene nada que ver con la de las carreras sobre asfalto.

A las 18:32 dio comienzo la salida; Gonzalo y Marina grabaron un vídeo de la salida de la carrera y me lo han dejado para compartirlo con vosotros, aquí lo tenéis:





Al salir del parque ya habían desaparecido tanto el frío como todas las inseguridades previas a la carrera, y en pocas zancadas alcancé la cabeza de la carrera.

Sin embargo, al levantar la vista y ver lo que tenía justo delante, una subida prolongada al final de la calle cuya subida no alcanzaba a abarcar con la mirada, me dije a mi mismo que me dejase de tonterías y cambiase el ritmo.



Tuve muy presente que en ese momento estaba a dos semanas y un día de correr la maratón, no salí a ganar ni mucho menos, pero tras ese inicio rápido puse un ritmo más cómodo y dejé que me adelantasen los que salieron con más fuerza, que no fueron pocos.

Mientras dejábamos atrás el asfalto me seguían adelantando atletas, aunque ya más lentamente y de forma más escalonada, y a un ritmo constante pero no muy difícil de mantener comencé a sentir el sendero bajo mis pies.

Miré alrededor, y aunque había bastante luz, tanto proveniente de nuestros frontales (el mío abarcaba todo el ancho del sendero, estoy muy orgulloso de él, no fue nada caro y el rendimiento es genial, ya le haré una revisión cuando tenga más kilómetros recorridos llevándolo), como de los voluntarios y fotógrafos que se encontraban a ambos lados del sendero en estos primeros tramos de la carrera, ya se notaba que empezábamos a ser engullidos por la naturaleza, el silencio de la noche caía sobre nosotros y sólo se veía interrumpido por nuestros pasos, mientras ascendíamos rodeados de vegetación.

En una de las primeras curvas por el carril uno de los fotógrafos del diario Sur capturó el momento en el que ascendía la pendiente, que ya empezaba a empinarse más, con una concentración total.



Me embriagaban las emociones que sentía en esos momentos, y hasta el final de la carrera, como la emoción de adentrarnos en lo desconocido, las sensaciones que me transmitía mi cuerpo, que parecían multiplicadas por diez (vista y oído muy alertas, pies informándome de cada pisada rápidamente, piernas quejándose del esfuerzo, pulmones fatigados y cerebro atento procesando toda la información) o la sensación de libertad.

Una de las primeras lecciones que aprendí esa noche fue que, a diferencia del asfalto, el lugar del camino por donde pisas influye mucho en el ritmo de carrera, y es recomendable buscar la parte con más huellas, ya que es la que tiene menos piedras.

Aun así un dolor punzante me recorría todo el cuerpo cuando pisaba alguna piedra semioculta o que no había visto, a diferencia de la carrera sobre asfalto el calzado también es decisivo en la montaña, no vale cualquier cosa.

Seguí avanzando pegándome a las curvas cuando podía y evitando las piedras, aunque inevitablemente seguí pisando varias durante el transcurso de la carrera, con doloroso resultado.

A pesar de que había balizas que señalaban el camino, no había ninguna señal que nos indicase el kilometraje recorrido, así que corrí por primera vez totalmente guiado por mis sensaciones.

Nunca compito con GPS ni pulsómetro, y este año he decidido correr sin mirar tampoco el reloj, pero siempre he tenido la guía de las marcas kilómetro a kilómetro, por lo que sabía en qué momento de la carrera me encontraba y más o menos lo que tardaba en llegar de una a otra; Pero esta vez no fue así.

Tampoco corrí con música, ya que quería aprovechar la experiencia con los 5 sentidos.

Empecé a correr con música este año en Nijmegen, los pocos días que salía, ya que iba solo, el terreno es llano completamente y hacía recorridos rectos ida y vuelta, por lo que combatía la monotonía con música y desde entonces suelo correr todas las carreras largas con auriculares, aunque anoche no fue el caso.

A pesar de estar preparado para correr una maratón (bueno, se comprobará en dos semanas), admito que no estaba preparado para correr una carrera en montaña, físicamente me faltaba técnica de montaña y mentalmente no podía ni imaginar la dureza con la que el terreno puede someter al más preparado de los atletas.

Como no había referencias durante la carrera no puedo ubicar en el espacio los eventos en la misma, así que los iré narrando en orden cronológico.

Durante los primeros kilómetros sobre tierra ya se notaba quienes tenían experiencia en las carreras de montaña, prácticamente todos los que tenía a mí alrededor en ese tramo de la carrera, que subían de forma que parecía que no les costaba esfuerzo alguno, con los pies acariciando el suelo suavemente antes de levantarse de nuevo, mientras que yo avanzaba con sonoras pisadas e iba perdiendo ventaja conforme se prolongaba el ascenso.

Me di cuenta de que no se ascender, puedo afrontar una cuesta arriba sobre asfalto bastante bien, pero con un ascenso tan empinado y sobre tierra soy tan novato como el que más, ya incluiré subidas al repetidor y series en cuesta en mi planificación para el 2014, porque está claro que me hace falta…

Llegó un momento en el que mis piernas detectaban la más leve inclinación del terreno, y ya que en las subidas reducía el ritmo porque no era capaz de seguir a los compañeros con los que recorrí los primeros kilómetros (los que más recuerdo son un muchacho con la camiseta de la Media Maratón de Álora 2011 y a la primera clasificada femenina), en cuanto el terreno se igualaba ligeramente, o el ascenso se suavizaba, apretaba un poco y dejaba atrás a los atletas que con la misma facilidad me volvían a alcanzar en cuanto llegaba otra subida.

Mi estrategia fue adaptar el ritmo completamente a mis sensaciones, sin estrategia de carrera ninguna, que puedo, aprieto, que no, bajo un poco el ritmo y recuperar para atacar en cuanto fuese posible.



Tras la carrera vi que mi estrategia seguramente no fue la más inteligente, ya que tanto el muchacho con la camiseta de Álora como la primera clasificada femenina acabaron antes que yo, debería haber seguido un ritmo constante, sufriendo más en las cuestas arriba y recuperando en las escasas cuestas abajo, en lugar de correr tan anárquicamente.



Me acordé de algo a lo que nunca le hago mucho caso, el recorrido del circuito y el altímetro, pero a lo que a partir de ahora voy a prestar mucha atención, especialmente en las carreras de trail, ya que de haber sabido qué me esperaba podría haber seguido una estrategia, en lugar de correr por impulsos.

Éste es el circuito de la carrera, que había visto varias veces antes de la misma pero sin prestar atención ninguna a la elevación:


Por lo anteriormente explicado corrí a tirones, no sabía en qué punto del recorrido me encontraba ni qué me encontraría detrás de cada curva, sencillamente corrí lo más cómodo que pude sin dejar de lado un ritmo competitivo, y en los pocos llanos que había adelantaba a corredores que me pasaban de nuevo en el siguiente ascenso.

En ese plan seguí avanzando, y de repente comencé a oír a una multitud aplaudiendo, y me extrañé de que pudiese haber espectadores en medio del monte, en mitad de la noche, con el frío que tenía estando parado en el parque, pero al llegar me di cuenta de que eran un par de voluntarios nada más, pero el eco aumentaba el efecto de los aplausos.

Llegué al primer punto de avituallamiento (pensé que habría al menos dos, pero para mi sorpresa era el único, espero que en posteriores ediciones se subsane el problema, ya que se hace muy largo correr sin líquido tanto tiempo y a ese nivel de exigencia).

Cogí un vaso de bebida isotónica, y dejé de correr para poder bebérmelo, ya que la pendiente continuaba y estaba sin aliento, pero andando a pasos largos no fui capaz de ingerir el primer trago, que se me quedó atascado en la garganta.

Tras unos segundos luchando con mi epiglotis conseguí desatragantarme, y tras coger un par de bocanadas de aire me bebí el resto de isotónica.

Pregunté con un hilo de voz a un voluntario donde podía depositarlo, y me dijo que lo dejara en un margen del sendero, que él lo recogía, así que lo arrojé al margen derecho y reanudé la marcha, tras haber perdido varias posiciones mientras bebía.

Mis piernas se quejaron lastimosamente del esfuerzo que realicé para recuperar el ritmo y empezar a alcanzar a los corredores que me habían adelantado, varios de ellos por primera vez, ya que no reconocía sus camisetas.

La montaña me mostró una nueva dimensión de dolor, ya que a pesar de correr a un ritmo cómodo cada paso requería un esfuerzo enorme, y a posteriori creo que aunque hubiese querido correr más rápido mi cuerpo no hubiese reaccionado.

Alcancé al grupito de los “nuevos” y me mantuve a sus espaldas hasta que, llegados al kilómetro 7 más o menos (teniendo en cuenta el altímetro de la carrera) escuché que alguien decía “por fin comienza a descender” y yo, infeliz y confiado, pensaba que ya habríamos recorrido al menos la mitad de la carrera, y estaríamos volviendo a Ciudad Jardín.

Tomé una bocanada de aire mientras elevaba la vista al cielo, precioso y lleno de estrellas, y al posar la vista de nuevo en el camino vi a lo lejos cómo se extendía Málaga hasta donde alcanzaba la vista, toda iluminada, y mientras mis piernas me indicaban que el terreno comenzaba a descender suavemente incrementé el ritmo y me dejé llevar por la emoción de haber superado lo más duro de la prueba, pasando al grupito de corredores que llevaba delante como una centella.



Seguí bajando a un ritmo elevado mientras adelantaba a todos los corredores que me habían pasado desde que llegamos al final del tramo asfaltado, y empecé a ver a lo lejos corredores a los que aún no había adelantado, pero al igual que yo iban a muy buen ritmo, y fui adelantándolos poco a poco.

En un momento dado, me dio por mirar atrás, y recordé una expresión que mi abuela dice a menudo, “la procesión de las ánimas”, expresión que nunca había relacionado con nada real, y en ese momento se escenificó, ya que vi una hilera de luces fantasmagóricas avanzando en la oscuridad una detrás de otra.



Lejos de darme miedo me inspiró confianza, ya que vi que no estaba solo, y que si algún percance me ocurría iba a tener la ayuda asegurada.

Miré de nuevo al frente, alumbrando a los corredores que llevaba delante, ya a escasos metros, y mientras la pendiente ascendía suavemente los adelanté mientras tomaba una curva ascendente a la derecha.

En ese momento estaba casi sin aliento por primera vez desde que comenzó el descenso (durante el ascenso no tuve aliento en ningún momento), ya que había apretado bastante para alcanzar a la pareja de corredores, pero al tomar la curva la visión me quitó el poco aliento que me quedaba: El camino se bifurcaba, y la parte que continuaba el descenso hacia la izquierda estaba bloqueada por un voluntario, que al ver mi cara de póker me dijo “venga ánimo, que ahora empieza la subida”.

¿Qué ahora empieza la subida? ¿Y lo que he recorrido hasta ahora que era, un falso llano? Resignado y con el ánimo por los suelos me pegué a la derecha todo lo que pude, para no obstaculizar a los corredores que tanto esfuerzo me había costado alcanzar y que me adelantaron sin esfuerzo ninguno, mientras yo iniciaba el ascenso con los pulmones en la garganta.

Aquí la montaña me enseñó otra lección: No usar las bajadas para adelantar, sino para recuperar. Todo lo que se sube se tiene que bajar, al menos si la meta y la salida tienen lugar en el mismo sitio, como era el caso, pero no sabes cuándo vas a empezar a bajar realmente, así que confiarse y apretar el ritmo es de novatos, como lo era yo (y lo seguiré siendo hasta que haya corrido al menos una decena de carreras de este tipo).

Todos los atletas que había alcanzado desde el descenso me adelantaron, a un ritmo mucho más alto que el que llevaba yo en ese momento, aunque en uno de los pocos tramos menos empinados (subir subían todos) conseguí recomponerme y apretar un poco el ritmo, y comencé a adelantar lentamente a los últimos corredores que me habían pasado.

Llegado a ese punto estaba totalmente desorientado, no sabía ni donde estaba ni en que parte del recorrido, y me dio por mirar el reloj.

Acababa de pasar el minuto 45, es decir, con un poco de suerte llevaríamos recorrida prácticamente la mitad del circuito, y en otros 45 minutos podría estar en el Parque de la Alegría.

Mi subconsciente sabía que no, que en la montaña el tiempo es muy relativo, ya que puedes tardar 4 minutos en recorrer un kilómetro de bajada y 7 en uno de subida, y no sabía lo que tenía delante, pero yo me autoconvencía de que ya quedaba poco mientras mi mente bullía intentando encontrar algún juego mental que me distrajese mientras mi cuerpo se retorcía de dolor al ser obligado a “escalar” semejante cuesta, la más larga y empinada de lo que llevábamos de carrera.

Giramos y vi algo surrealista, un señor mayor, con su frontal luminoso y vaqueros, que dijo “¡44, vamos vamos!”.

Durante un momento pensé que llevábamos corriendo 44 minutos, pero mientras recordaba que llevábamos un buen rato ascendiendo y que la última vez que miré el crono ya habíamos pasado los 45, el señor hablo de nuevo: “¡Número 45, venga que ya estáis arriba!”

Ahí mi mente volvió a funcionar; El señor era un voluntario o un miembro de la organización, 45 era mi posición y 44 el del corredor que iba delante de mí, y lo más probable era que, ahora sí, se iniciase el descenso, aunque por si acaso no me confié, y aunque aumenté el ritmo no lo hice tanto como me era posible, me reservé.

Me acerqué al atleta que tenía delante, que estaba cambiando de ritmo también, y decidí observarlo para entretenerme mientras avanzaba.

Le puse hasta nombre, número 44, y me preguntaba qué podría haber traído a número 44 hasta la carrera, que número podría calzar, si habríamos coincidido en alguna carrera antes… Inconscientemente había encontrado mi estrategia mental para combatir la fatiga, y mientras avanzábamos a buen paso me di cuenta de que era un corredor experimentado en la montaña, ya que aparte de correr de forma distinta a los corredores de asfalto, al darse cuenta de que le seguía comenzó a indicar con las manos los obstáculos que nos íbamos encontrando (raíces, ramas, rocas…).

Los corredores de montaña están hechos de otra pasta, tengo muchísimo que aprender de ellos.

En un momento dado nos cruzamos de cara con otros corredores, solo breves segundo antes de ser desviados a la derecha por un voluntario, pero como estaba desorientado no sabría decir si era la cabeza de la carrera o la cola del pelotón.

No sé como pasó, pero en ese momento me di cuenta de que tenía piedrecitas dentro de ambos tenis y al apoyar los pies se me clavaban en la planta, aunque por fortuna eran redondeadas y no se clavaban, así que las ignoré como pude mientras corría y sentía cómo se desplazaban por el interior al levantar el pie del camino y como se apretaban contra mis pies al apoyarlos.

Tampoco le di mucha importancia, yo seguía entretenido con número 44, y empezamos a alcanzar a corredores que avanzaban solos, a ritmo bastante más bajo del que llevábamos nosotros.

De repente estábamos en el lecho de un arroyo, y me encontré saltando tras número 44 de un lado al otro del cauce de un río, y corriendo alternando suelo y rocas bastante puntiagudas del lecho del arroyo, por suerte seco, y saltando detrás de raíces esquivando ramas.

Fue la parte más salvaje de todo el recorrido, y por suerte tenía a número 44 para indicarme los obstáculos y marcarme el ritmo, de haber ido yo solo hubiese ido mucho más despacio y con mucho más cuidado.

Cuando parecía que volvíamos al sendero adelanté a número 44 (aunque ya sería número 38 o algo así para mí siempre será número 44), y fui adelantado por una pareja de atletas que habíamos adelantado hace poco.

Probé a incrementar el ritmo para pegarme a ellos, pero mis piernas me dijeron que nanai, así que los perdí tras una curva a la derecha.

Me empecé a preguntar cuando llegaríamos al segundo avituallamiento, pero como parecía poco probable que estuviese cerca aparté de mi mente el pensamiento y seguí avanzando.

Al llegar a esa misma curva el camino se bifurcaba, y no veía balizas indicadoras, pero por suerte uno de los corredores de esa pareja miró hacia atrás y vi la luz a lo lejos, y retomé el camino, a un paso más lento con la esperanza de que número 44 me adelantase pronto.

¡Y vaya si lo hizo! Pasó como una exhalación y no fui capaz de mantenerle el ritmo, así que volví a encontrarme solo en el pequeño mundo que alumbraba mi frontal (ya entiendo cómo se sienten los burros al llevar orejeras, veía lo que tenía delante pero nada a los lados, era una sensación muy extraña).

Escuché el sonido de un gps marcando un kilómetro detrás de mí, y vi a un corredor joven que llevaba una camiseta en la que ponía “Torremolinos”, pero al que no conocía. Bajé un poco el ritmo, esperándole hasta que me puse a su lado y le pregunté que en qué kilómetro estábamos.

Me dijo que en el 13, y me preguntó si había realizado el recorrido antes de la carrera, si solía correr por campo y demás, mientras descendíamos hombro con hombro.

Nos pasó otro atleta mientras hablábamos, y me recordé algo que siempre decía mi padre “si eres capaz de mantener una conversación es que no estás esforzándote al máximo”, así que cuando el muchacho acabó de responderme apreté el ritmo mientras empezaba a dar alcance al atleta que nos había pasado, que a su vez estaba adelantando a otro.

Adelanté a ambos sin mucho esfuerzo y seguí bajando… bajando... bajando… el cielo comenzaba a cambiar de color, se veía más difuminado y había menos estrellas, lo que indicaba que, salvo que hubiese alguna sorpresa, nos estábamos acercando a Málaga de nuevo.

Apreté aún más el ritmo y pasé a algunos corredores sueltos, y al tomar una de las curvas un dolor inhumano me doblegó al apoyar el pie derecho, y bajé el ritmo de golpe.

Me costó no caerme, y al apoyar de nuevo el pie un dolor sobrecogedor me volvió a recorrer todo el cuerpo, partiendo desde el mismo punto que la anterior oleada.

Probé a dar unos pasos y aunque aún estaba latente y se propagaba por todo el cuerpo era soportable, así que comencé a trotar, mientras me empezaban a pasar algunos corredores.

Al intentar alargar la zancada me golpeaba de nuevo el dolor, y decidí pararme y comprobar con la mano la zapatilla, y toqué una piedra puntiaguda que estaba clavada contra la suela.

Me llevó algunos segundos, pero conseguí desclavarla, y tras apoyar el pie y ver que aunque me seguía doliendo podía aguantar, retome la marcha.

Tras adelantar a un par de atletas vi a lo lejos al corredor de Torremolinos, al que adelanté prudentemente, ya que aunque podía correr más aún me dolía el pie y tenía miedo de clavarme otra piedra.

Pocos metros después de adelantarlo me di cuenta de que me resultaba conocido el camino, y caí en la cuenta de que era por donde habíamos ascendido a la ida, así que ya sí que estábamos llegando a Málaga, con toda seguridad, pero pese a que el cuerpo me pedía correr más rápido aguanté el impulso.

Aunque no mucho más, ya que oí como el corredor de Torremolinos le preguntaba al muchacho que le acompañaba de que categoría era, y al responderle que sénior él le dijo “ah, yo soy promesa, del 93”.

Por un lado no pensaba que fuese a tener trofeo, ya que no era mi objetivo en la carrera, pero por otro lado la mayor parte de los atletas que me habían adelantado o a los que yo había adelantado tras el puesto de avituallamiento parecían mayores, no había ninguno jovencillo, así que ante la posibilidad de obtener premio olvidé el dolor que irradiaba mi pie derecho, cerca del meñique, y lo di todo en lo que quedaba de carrera.

No miré atrás en ningún momento, tenía la sensación de que estaba poniendo tierra de por medio pero no quería confiarme, así que me centré en adelantar a los atletas que tenía delante, a los que había pasado por lo menos 4 o 5 veces durante el transcurso de la carrera (las mismas que ellos a mí).

Pasé a varios, y empecé a vislumbrar a lo lejos el asfalto, mientras un voluntario me dijo “¡47, venga venga que ya está la meta ahí!” y apreté aún más el paso, todo lo que me era posible, mientras pensaba fugazmente en que número 44 podría estar cruzando la meta en esos instantes.

Nunca pensé que fuese a decir esto, pero cuando posé los pies sobre el asfalto mi dolorido pie derecho lo agradeció, y pensé "menos mal que ya no hay más piedras".

Empecé a oír a lo lejos al speaker del evento, y pronto empezaron a resonar también los aplausos a ambos lados de la calle de los espectadores, poco más adelante.

La crucé y justo en la entrada al Parque de la Alegría adelanté a un corredor, mientras recorría los últimos metros de la prueba, pasando a algún atleta más por el camino.

A escasos 100 metros de la meta el corredor que había adelantado en la entrada del parque me dijo “venga vamos que pillamos al de la camiseta blanca, sígueme” Le dije que estaba ya listo mientras negaba con la mano y se fue con una sonrisa en la cara mientras adelantaba, aparentemente sin esfuerzo, a ese corredor.

Como dije antes, los corredores de montaña están hechos de otra pasta.

Preocupado por si el muchacho de Torremolinos me daba alcance en los últimos metros intenté esprintar, pero solo conseguí aumentar un poco el ritmo, mi cuerpo no daba para más.

Finalmente adelanté al corredor de la camiseta blanca, poco antes de entrar en meta.

Nada más saludar y felicitar tanto a los corredores que habían llegado antes como al que había llegado justo detrás de mí, fui directamente a recoger la bolsa del corredor en busca de agua, isotónica o cualquier líquido que pudiese llevarme a la boca, ya tenía una sensación de sed muy profunda.




Al recoger la camiseta conmemorativa de la prueba me di cuenta de que no había apagado el frontal, cuando deslumbré a la voluntaria que me atendía, y al apagarlo, recordé también parar el crono, que marcaba 1:29:40 en ese momento, y mientras recuperaba el aliento a bocanadas seguí la fila que llevaba hasta el punto de recogida de bolsas del corredor a recoger la mía.

Antes de recogerla le eché un ojo a la pantalla que había más adelante, donde varios corredores se habían congregado, y vi que justamente cuando le estaba echando un ojo cambiaba y mi nombre aparecía entre los de la lista, en la posición 3º promesa.

En el último tramo dentro del parque se me había olvidado que podía optar a trofeo con la actuación realizada, pero pese a mi inexperiencia en montaña, mi fuerza de voluntad y el exigente entrenamiento que sigo me permitieron acabar en una posición bastante buena dentro de la clasificación general, 45 de 711 finalistas.

Con una sonrisa de oreja a oreja recogí mi bolsa del corredor, mientras Gonzalo y Marina se acercaban a mí.


Lo primero que saqué de la bolsa de corredor fue un bote de KH-7, que, confundido, devolví a la bolsa, y lo segundo que saqué fue la botella, que vacié en un par de tragos.

Tras coger un vaso de refresco y un par de dulces y saludar a Gonzalo y Marina nos encaminamos a un bar situado al lado del parque, en el que pedí usar el aseo para cambiarme de ropa, ya que las mallas térmicas habían hecho efecto, y estaba tan empapado en sudor que parecía que acababa de salir de la ducha.


Al quitarme las zapatillas salieron 4 o 5 guijarros de cada una, y al apoyar el pie derecho en el suelo noté una punzada donde se me había clavado la piedra durante los kilómetros finales de la carrera, y se me había formado un círculo de sangre en el calcetín bajo el meñique, por lo que no era difícil deducir que la piedra además de atravesar tenis y calcetín, había atravesado piel también, aunque no en mucha profundidad.


Pedí una bolsa en el bar en la que metí toda la ropa, completamente empapada (la camiseta interior incluso goteaba), y tras cambiarme y enfundarme en el chándal del club volvimos al parque, momento en el que me di cuenta, al igual que cuando estaba en la línea de salida, de que hacía un frío considerable.

Me bebí una lata de isotónica que descubrí en el interior de la bolsa del corredor y paseamos un poco por el parque mientras iban llegando atletas, y cuando me encontré con Raúl y Marco nos echamos una foto los 3 juntos.


La entrega de trofeos tardó bastante en empezar, y mientras tanto Marina Gonzalo y yo nos tumbamos (bueno, yo me tumbé, ellos se sentaron) en el césped, hasta que lo últimos atletas entraron a meta y se comenzó a organizar la entrega de premios.

Nos acercamos un poco antes y me fijé en que los trofeos eran la mar de originales, no tenía ninguno de ese estilo, sí de metacrilato, pero no con diferentes piezas encajadas unas en otras.

Los podios eran originales también, fluorescentes y similares a un bosu si uno no se apoyaba en el centro de los mismos.


Al llegar el turno de los promesas masculinos fui el primero en ser llamado, ya que había ocupado la tercera posición, y acompañado con un efusivo apretón de manos recibí mi trofeo.


Para que no me pasase como en el Rincón de la Victoria, lo primero que hice fue comprobar categoría y sexo del trofeo, para evitar confusiones.


Mientras tanto, el subcampeón y campeón de la categoría fueron llamados, y posamos con nuestros respectivos trofeos, unas piernas bastante cargadas (al menos en mi caso) y una sonrisa sincera por la satisfacción del trabajo bien hecho que habíamos realizado.



El campeón nos saludó a los dos, y al bajar del podio saludé al subcampeón, ya que no había tenido ocasión de hacerlo previamente.


Tras enseñarle el trofeo a Marina y Gonzalo decidí sacarle una foto para mandársela a mis padres, a mis amigos y a los compañeros del Club de Atletismo Fuengirola.


Nos encaminamos hacia el coche mientras recordaba la experiencia que acababa de vivir como un sueño, y me decidía a comprarme unas zapatillas de trail para la próxima competición del estilo, que espero que no sea en mucho tiempo, ya que la experiencia ha sido increíble, se la recomiendo tanto a atletas como a curiosos, aunque eso sí, cada uno dentro de sus posibilidades, preparándose previamente y sabiendo muy bien a lo que se enfrentan, la montaña no tiene piedad con nadie.

En lugar de desgranar los aspectos técnicos de la carrera, como hago siempre, os dejo una imagen del diploma de la organización, que lo explica muy bien.


Mi idea inicial era correr en la Vertic Night y a la mañana siguiente en el Cross de Torremolinos, pero en vista de que tenía el cuerpo molido tras la intensa experiencia en los Montes de Málaga y que a dos semanas de la maratón no tengo necesidad de pegarme una paliza de la que sólo podría sacar una posible lesión, en caso de sacar algo, decidí descansar.

Llegué a mi casa cerca de las 12:00 y me fui derecho a la cama, y esta mañana, sobre las 9:00 am me levanté.

Más que agujetas tengo sensación de fatiga en todo el cuerpo, que ha ido disminuyendo durante el día, y tras ducharme ya si noté algo de agujetas en gemelos y cuádriceps por igual, aunque no tan intensas como esperaba (quizás aparezcan mañana).

La herida situada tras el meñique no es profunda y aunque mañana descansaré también para asegurarme de que recupero correctamente creo que estará casi sanada esta noche.

Por otro lado tengo algún moratón en las plantas de los pies, que me duele un poco al apoyar, cosa de la que no me percaté anoche, pero tampoco es nada importante.


En definitiva ha sido una experiencia genial, que espero que la organización repita el año que viene (mejorando los típicos problemas que acarrean las primeras ediciones, espero) y que yo mismo quiero repetir cuanto antes posible, aunque ya en el 2014, este año con la maratón y su recuperación ya tengo todo el pescado vendido.

Después de más de 6 años en el mundo del atletismo ya no esperaba encontrarme nada que me sorprendiese, además de la maratón, y me he dado cuenta de que quizás solo conozca una ínfima parte de las posibilidades que correr ofrece…

Espero que la crónica, más larga de lo habitual, no se os haya hecho excesivamente pesada y que os haya gustado, igual alguien se anima a correr tras leerla, ¿quién sabe?

Me despido hasta la próxima, que ya, sí que sí, será… ¡La maratón!

Comentarios

  1. Hola, me ha gustado tu entrada, yo también estuve en la carrera :) ¿sabes donde se pueden encontrar las fotos? gracias 1saludo!

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  2. Buenas noches!

    Me alegro de que te haya gustado la entrada, qué te pareció a ti la carrera?

    De momento sólo he visto 2 galerías, la de un club cicloturista: https://plus.google.com/photos/101949868103361053609/albums/5949750913276220641
    Y la del diario sur:
    http://www.diariosur.es/multimedia/fotos/malaga/20131123/mejores-imagenes-vertic-night-3064104854015-mm.html

    Estoy al acecho en el Facebook de Chiprunning y en la web de la carrera por si hay actualizaciones, pero de momento nada.

    Un saludo!

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  3. Gracias por los enlaces, supongo que las irán colgando las que echaron.
    La carrera.. pues la verdad que me encantó la experiencia, lo que más la bajada porque soy como una especie de cabrilla que no le da miedo jajajaj.
    Lo que no hicieron bien fue la falta de agua en el segundo habituallamiento y lo del KH 7 supongo que me todos nos quedamos con misma cara al verlo jaja.. pensé que sería pa quitar las manchas de barro nose jajaj. Y bueno poco más, que las sensaciones que se viven corriendo en la montaña son infinitamente mejores que si estás rodeado de coches, edificios... por lo que merece la pena exarle más esfuerzo (hice la subida andando-corriendo jajajajja), por cierto me llamo Miriam es que nose cuándo me hice la cuenta de google :)

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  4. jajaja si, y aunque también es exigente creo que se sufre mucho menos que en la subida.
    Totalmente de acuerdo, entre que no sabía por que punto iba al no haber kilómetros marcados y a que directamente no vi el segundo avituallamiento llegué seco a la meta...
    Al tocar el KH-7 en la bolsa pensaba que sería una botella de Gatorade o similar, pero al sacarlo se me quedó una cara de póker... Eso si, a mi madre le ha hecho más ilusión la bolsa del corredor que la de las últimas medias jaja
    Estoy totalmente de acuerdo contigo Miriam, la experiencia es mucho más exigente pero creo que vale la pena con creces, espero repetir pronto, si quieres te aviso con las que baraje por si te interesa alguna.
    Un placer conocerte!

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