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Andorra Ultra Trail Mític, 2014, Viernes, Sábado y Domingo 10-13 de Julio - Encuentro con héroes


Pic Comapedrosa, 03:32. km 20.

Mientras la ventisca me azotaba despiadadamente y tras casi llevar en el cuerpo 5 horas de carrera, noté que acababa de alcanzar la cumbre del que es el pico más alto de Andorra, cosa de la que no era nada consciente en ese momento (pensaba que se trataba solo de una subida más).


Noté nada más "llegar" que estaba en la cima en primer lugar porque de mis castigadas piernas emanó una oleada de alivio al cambiar el grupo muscular implicado en el movimiento, y en segundo, porque a lo lejos había una luz potente en torno a la cual se arremolinaban varias personas.


Ello me hacía sospechar que fuese el control de carrera que certificase el paso de los corredores por la cima, como en efecto fue.


Saludé con un "buenas noches" casi incomprensible a los corredores que allí se encontraban, descansando, y a los voluntarios, y como tenía tantísimo frío y tan poca sensibilidad en los dedos de las manos (los de los pies tenían toda su sensibilidad tras el ascenso al Comapedrosa, temía que se quedasen empapados durante el transcurso de la prueba pero o los Lurbel cortesía de Trekking & Running Marbella y las Skechers, cortesía de Todosdescalzos.com habían contribuido a expulsar la humedad y mantener mis pies calientes, lo que era muy de agradecer), decidí probar a desajustarme el cortavientos y levantarlo para mostrar el ya arrugado dorsal.


Con una linternita comprobaron el número y me dieron el visto bueno para continuar, aunque antes quería disfrutar del momento.


Mi cuerpo era otro completamente diferente al que había recuperado la ilusión y las fuerzas en aquel avituallamiento un par de horas atrás; talones casi en carne viva por el roce al ascender, un frío penetrante que me cortaba la respiración y un creciente dolor de estómago y cabeza, quizás provocado por el frío, quizás por la altura, comenzaban a menguar mi espíritu.


Así que decidí inmortalizar el momento con una fotografía, lo que me llevó más tiempo del esperado (aunque no más de un par de minutos), ya que primero la cámara no se encendía (estaba como helada, pero sin el como) y cuando conseguí, tras frotarla, que reaccionase, no se veía ninguno de los espectaculares neveros, así que me decidí por la "selfie" que encabeza la entrada, que bien podría estar hecha en el patio de mi casa por lo que se ve en ella (el botellín azul, sin embargo, delata mi paso previo por el Pla de l'Estany, donde repuse tanto sólido como líquido y preparé reserva).


Con ese par de minutos de descanso en el cuerpo estaba preparado para continuar, pero desde que había llegado a la cima nadie se había movido de allí, así que pensé en recuperar durante otro minutillo y bajar tras el primer valiente que encabezase el empinado desfiladero hacia la nada (la niebla era más y más densa por momentos).


Busqué con la ayuda de mi frontal mi chuletilla de desnivel y de ritmos y ¡sorpresa! había desaparecido.


De hecho, había desaparecido también mi luz roja de posición, así como la fotografía de Mayte, mi pareja, que llevaba en el bolsillo de los guantes.


Posiblemente las dos primeras pérdidas fuesen debidas a la fuerte ventisca, que arrancarían el imperdible y el plástico que sujetaban respectivamente la chuleta y la luz roja de posición, pero la tercera era, casi con total seguridad, debida a un descuido mío al meter o sacar los guantes, lo que me mataba.


Me había quedado sin chuleta de ritmos y desnivel y sin mi amuleto para la prueba, y llevábamos tan solo dos ascensos. ¡bien, bien!


Decidí no esperar ni un momento más, no fuese que la cosa pudiese ir más a peor, y justo cuando comenzaban a llegar nuevos corredores en grupo a la cima, me encaminé con paso algo inseguro hacia el empinado descenso cuyo final no podía entrever entre la niebla.


Temblaba ligeramente por partida doble, porque el descanso de escasos minutos en la cima a merced del viento y el aguanieve habían robado de mi cuerpo casi todo el calor que conservaba y porque mis músculos se comenzaban a rebelar ante este nuevo derroche físico que suponía la bajada, por lo que tuve que echar mano del botellín de sales (tras "resucitarme" en los 101 km en 24 horas de Ronda, decidí que las sales me acompañarían a modo de reserva de emergencia en todos mis ultras) y de todo mi coraje.


La bajada era muy empinada y tenía multitud de pequeñas piedras sueltas, por lo que la ataqué con mucha cautela, y tuve que apartarme al momento ya que un corredor me pidió paso (probablemente esperarían a ver si bajaba alguien antes para tenerlo de referencia, como planeaba hacer yo, pero al ver tal referencia se aventurarían en solitario).


Me pasaron primero pocos corredores, aunque a muy buen ritmo, aunque poco a poco fueron siendo más frecuentes y bajaba a un ritmo algo menor, aunque al intentar pegarme a ellos acababa desistiendo al llevar un paso bastante más raudo.


Al menos iba entrando poco a poco en calor, y conforme descendíamos, la niebla comenzaba a disiparse ligeramente y la ventisca comenzó a amainar, aunque el viento era gélido e implacable.


El camino era rocoso y tortuoso, con la nieve esparciéndose a nuestro alrededor, fundiéndose en varios puntos que originaban pequeños arroyos.


Habían dejado de caer copos, pero el frío era intenso, y cuando la niebla se terminó de disipar pude ver por qué: ante nosotros se extendía un inmenso nevero, por el que avanzaban varios frontales, así que, no sabía como aún, pero llegaríamos a él para atravesarlo; solo de pensarlo se me aceleró el pulso, la estampa era increíble.


El viento y el frío eran implacables, pero la estampa era preciosa, y cuando las nubes dejaban paso, la luna, llena en plenitud, se unía a nuestros frontales para iluminarnos el camino.


El camino llegó a un cambio de rasante y vi que ascendía ligeramente antes de penetrar en el nevero; ¡Allá vamos!.


Notaba como los pies se me helaban nada más pisar por primera vez, de nuevo, sobre la nieve, con ese crujido tan característico que tantas veces escuché por las mañanas el año pasado, en mi estancia en los Países Bajos; Cada paso me traía un recuerdo a la memoria, los primeros días en Nijmegen, la universidad, mis amigos internacionales...


Casi sin darme cuenta había atravesado el primer tramo del nevero, desde el que se comenzaba a vislumbrar un lago glacial enorme, el estany Negre, cuya visión desde el nevero me dejó sin palabras, ya que pasé justo en un momento de claridad y la luna en su zenit se reflejaba en sus aguas, tranquilas como si de una fotografía se tratase.


Me paré y traté de echar una foto, pero no se veía nada en absoluto, por un lado es una pena no poder ilustrar la experiencia, pero por otro, así es un motivo más para todos para aventuraros en los pirineos el año que viene, os prometo que solo por esa imagen vale la pena el esfuerzo de subir el Clot Cavall y el Pic Comapedrosa.


Aproveché que me adelantaban un par de corredores para continuar  con ellos en el pequeño tramo en ascenso antes de la bajada que ya de lejos se vislumbraba, aunque como llevaba molestias en el estómago, me fui quedando atrás.


En cuanto llegamos a la zona de bajada pegué un resbalón tremendo, que me mandó de bruces al suelo, aunque pude "amortiguar" la caída con mi rodilla derecha, que pensaba que podía haberme roto, ya que no reaccionaba en un principio.


Sin embargo era porque la nieve me había calado y el frío atravesaba mi rodilla, porque al ayudarme de las manos para incorporarme y dar algunos pasos con prudencia, volvió a responder, aunque dolorida.


Me adelantaron tres corredores, con Asics, La Sportiva y Salomon respectivamente, sin ningún problema aparente, mientras que yo resbalaba tras ellos cada pocos metros.


Posiblemente la suela de las Skechers Go Bionic Trail no sea la más adecuada para correr sobre nieve, o quizá era mi inexperiencia sobre ese terreno lo que me hacía tan patoso, pero perdí muchas posiciones en el tramo con nieve, pese a que me encantó.


Conforme nos acercábamos al lago, la nieve cubría más y más, lo que hizo que mis piernas comenzasen a resentirse del frío también, aunque, por suerte, el magnesio iba haciendo efecto y los calambres previos iban remitiendo (no así mi dolor de barriga).


Las huellas de los demás corredores habían ido horadando la nieve, hasta casi formar una "vía de ferrocarril", por la que resbalé y apoyé ambas rodillas, cogiendo una velocidad inusitada al ir cuesta abajo.


Podía más o menos controlar el movimiento en un principio, y los demás corredores iban bastante lejos, pero comencé a coger velocidad y perdí el control, por lo que les gritaba (en español, no tenía tiempo a pensar) que estaba llegando, que por favor se echasen a un lado.


Los primeros lo hicieron sin dudar, al girarse y ver que iba en caída libre y sin frenos, pero dos corredoras que iban un poco más adelantadas hicieron caso omiso a mis gritos y ni si quiera se giraron.


Me incliné a la derecha sacando la pierna izquierda de su "raíl", ante el inminente impacto, a fin de al menos evitar colisionar con todo mi peso con ellas, y traté de esquivarlas por completo, pero me fue imposible esquivar a la corredora que iba a la derecha, con cuya pierna choqué, haciendo que cayera sobre mí antes de comenzar a rodar ladera abajo.


De repente el mundo se congeló, el tiempo parecía ir a cámara lenta, la nieve estaba toda alrededor mía, helada, y mientras giraba veía el lago más y más cerca.


Con manos y piernas trataba de frenarme, en vano, hasta que, tras haber recorrido casi 15 metros hacia abajo, saliéndome del camino, conseguí pararme, con las manos hasta los puños hundidas en la nieve y mis manos doliendo como hacía muchísimo que no sentía.


Tenía el corazón en la boca, y por segundos me estaba helando, pero me tomé un instante para recuperar el aliento.


Aprovechando los huecos que había hecho en la nieve al caer fui ascendiendo, golpeando la nieve con cada pie un par de veces antes de dar cada paso, a fin de asegurar mi vuelta al camino.


Quería disculparme con las corredoras, pero tardé un par de minutos el volver al camino, y ya no estaban.


Quedaba poco para acabar ese tramo, pero tardé casi tanto como en todo el nevero en sí, ya que quería evitar una nueva caída, lo que hacía que cada pocos metros tuviese que pararme a dar paso a otros corredores.


La nieve comenzaba a ser menos profunda y poco a poco a estar menos presente, aunque el terreno estaba encharcado debido a su presencia, y tuvimos que atravesar algunas corrientes de agua.


El estómago me molestaba bastante, así que al llegar a un rellano seguro salí del sendero, apagué el frontal y esperé la llamada de la naturaleza, que no taró en llegar, aliviando mi malestar estomacal.


Algunos corredores me vieron al pasar y me dijeron algo, que no llegué a entender, pero supongo que sería algún tipo de broma.


Volví al sendero, que comenzaba a ascender ligeramente, aunque tras la inseguridad que llevé en el tramo con nieve y tras aliviarme, ahora me sentía muy cómodo y veloz, y lo atacaba con energía.


A lo lejos comenzó a verse una casa que tenía una luz encendida, y como vi que los corredores a los que estaba alcanzando se paraban y comenzaban a andar, decidí imitarlos.


Al llegar a su altura oí en francés como discutían sobre qué camino tomar, y cuando llegamos a la altura de la casa oí que decían "¡aquí, aquí!" y pararon para dirigirse a la casa.


Vi como de la izquierda, para mi sorpresa, llegaban varios corredores, y dio la casualidad de que llegamos a la par a la puerta de la casa yo y una pareja española, que discutía sobre si habían pasado ya la primera maratón o no.


Extrañado, les pregunté que de qué maratón hablaba, y uno de ellos, muy seguro, dijo "si, los primeros cuarenta y dos, este es ya el cuarto avituallamiento, ¿no?"


Yo le dije que se equivocaban, que era el segundo nada más, a lo que el amigo me respondió "ah, pensábamos que corrías la Ronda".


Llevaban, según me dijeron, alrededor de 21 horas ya en marcha, y se veían mucho más frescos que yo.


No cabíamos los tres a la vez por la puerta, así que les cedí el paso sin dudarlo, sabiendo que me encontraba no ya ante dos atletas de montañas de alto nivel y muchísima experiencia, independientemente de cual fuera la historia de cada uno de ellos, sino de dos héroes, ya que plantearse un reto de la talla de la Ronda Dels Cims y hacer méritos como para poder inscribirse no está al alcance de cualquier mortal.


Leer Amanece, que no es poco

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