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Andorra Ultra Trail Mític, 2014, Viernes, Sábado y Domingo 10-13 de Julio - Una única salida


Refugio de Perafita, media tarde. km 52.

Conforme me acercaba al refugio, arrastrándome con ayuda de los palos y percibiendo la realidad casi como si de una película se tratase, más claro tenía lo que tenía que decir nada más llegar a él.


Sin embargo, nunca había pensado que sería tan difícil pronunciar esas palabras... no me habían hecho falta hasta ahora, nunca me había rendido, y físicamente podía continuar, pero no podía fiarme de mi mente, y sin eso, estaba acabado.


Aguantando las lágrimas lo dije, "me retiro", y una de las amables voluntarias llamó a alguien de la organización para darle la noticia mientras la otra me quitaba del dorsal el chip y la tira de "finisher".

Posiblemente si hubiese sido más consciente de todo lo que me rodeaba me hubiese envuelto en un mar de lágrimas, pero una vez avisé de que me retiraba todo parecía hasta más irreal que antes.


Cuando me comunicaron que estaba todo en orden, les pregunté si me podían evacuar, a lo que me dijeron que sí, que debía continuar por el camino de mi izquierda durante aproximadamente hora y media, allí encontraría un refugio y posiblemente allí se podría realizar la evacuación sin problema, me dijeron que si quería, iban avisando a sus compañeros.


El miedo me atenazó cada músculo y cada tendón de mi cuerpo; "¿tengo que ir solo hasta ese refugio? en mi estado hora y media pueden ser dos o tres, contando que llegue de una pieza..."


Me preguntaron que como estaba de cansado, y les dije que mucho, pero podía procesar el dolor perfectamente (llevaba horas con él, incluso parecía remitir un poco tras el paso por el refugio de Prat Primer), que me retiraba por mi situación mental de desorientación e incluso alucinaciones.


No pusieron buena cara, claramente preocupadas, y me preguntaron si no conocía la zona, que simplemente tenía que seguir por el GPR y buscar las marcas en el suelo.


Les dije que además de no conocer la zona me costaba encontrar las balizas de la carrera en sí, y me dijeron que en ese caso podía descansar en el refugio todo lo que quisiese, y esperar a la evacuación desde ahí una vez que acabase la carrera; no podían hacer otra cosa, estábamos en un punto muy elevado e inaccesible, por desgracia.


Entonces les planteé una tercera opción, para ver qué opinaban... "¿y si decido seguir hasta llegar a un lugar donde si pueda ser evacuado?"


Lo vieron una locura, me dijeron que si conseguía llegar al Refugio de Illa, que estaba prácticamente a la misma distancia que el que ellas me habían dicho (quizá hasta más), estaría en la misma situación pero a bastante más altura, por lo que no resolvería el problema.


Les dije que era consciente de que posiblemente no resolviese la situación en ese punto, pero que de mi cuerpo me fiaba incluso para acabar la carrera, con los ojos cerrados, pero no de mi mente, necesitaba alguien que fuese mis ojos cuando los míos fallasen, que pensasen cuando se me volviese a nublar la mente; y continuando en solitario, ello era imposible.


Llegaba de lejos una pareja, y traté de convencerlas de que me dejasen continuar hilando los pocos argumentos que mi torpe cerebro iba ideando.


Me dijeron que el único sitio "cercano" donde me podrían evacuar directamente sería en Bordes d'Envalira, a, al menos, 6 horas de donde nos encontrábamos, y eso llevando un buen paso.


La pareja ya había desaparecido tras una colina cuando logré convencerlas de que podía continuar, y les dije que simplemente me acercaría al primer corredor que viniese y le preguntaría si no le importaría que le acompañase en lo que quedaba de trayecto.


Cuando vieron la firmeza de mi resolución me devolvieron la tira de finisher y el chip, tras prometerles que me retiraría en Bordes d'Envalira e incluso antes, de verlo necesario, y llamaron para que desde control de carrera me introdujesen de nuevo en competición.


El primer corredor que hizo aparición fue, curiosamente, el que había revolucionado el refugio de Prat Primer conforme yo salía.


Las muchachas, algo nerviosas, le explicaron atropelladamente la situación, en catalán, y con un mirada curiosa pero divertida, el corredor decidió aceptarme, con la condición de que tuviese cuidado con las ramas que llevaba a modo de palo, que le infundían muy poca seguridad.


Mientras esperaba que llegase algún corredor me mentalizaba de las horas que tenía por delante, y ahora que podía continuar había olvidado hacer algo fundamental... Avisar a Mayte de que estaba bien y había decidido abandonar... dentro de unas 6 horas aproximadamente.


Le pedí al corredor un minuto para avisar a mi chica de que iba a continuar hasta Bordes d'Envalira, y aunque creo que se arrepintió por un momento de haberme adoptado, mantuvo su palabra y esperó impaciente los sesenta segundos que tardé en enviar el mensaje, tras lo cual, nos pusimos en marcha.


Los primeros metros una vez dejamos atrás el Refugio de Perafita transcurren en silencio, pero en cuanto lo dejamos atrás, el corredor se presenta y me pregunta mi nombre y procedencia y que le confirme la historia que le han contado las voluntarias.


Pongo a Ramón, mi "adoptador", al corriente de mi experiencia en la carrera, en carreras previas y en la montaña, y le comento que he decidido retirarme por la desorientación, pero omito lo de las alucinaciones (ya mira con mala cara los palos que llevo, si además le comento que he tenido alucinaciones recientemente no quiero saber qué pensaría de mí).


Aparento estar lo más sereno y despierto posible mientras avanzamos por una empinada pendiente, y nos alcanza desde detrás un corredor francés con el que Ramón comienza a charlar animadamente, en un perfecto francés.


Hace años que no empleo ese idioma, y nunca llegué a dominarlo lo suficientemente bien, lo que confirmo al entender tan solo unas 2 o 3 palabras de cada frase.


El corredor francés lleva una cicatriz bastante fea en la cara, y Ramón me explica que ese es uno de los peligros principales de los bastones, puedes sacarle un ojo a alguien, e incluso a ti mismo (lo dice mientras mira con desconfianza mis ramas).


Por lo visto, no llevaba los palos bien cogidos y al resbalar movió el brazo, rozándose con la roseta del bastón la mejilla e impactándole la punta cerca del párpado; por la pinta de la herida, es muy afortunado por conservar el ojo.


Entiendo que Ramón esté intranquilo viendo como avanzo con torpeza mientras uso las ramas como bastones, pero me siento aún lo suficientemente lúcido como para usarlos sin peligro, por lo que los conservo.


Mi "adoptador" conoce al francés, cuyo nombre no recuerdo, y le dice que me ha adoptado, y que si quiere, de momento, él me puede adoptar también (como héroe que participa en la Ronda Dels Cims, nuestros caminos se bifurcarán pronto).


Entre bromas, Ramón nos dice que nos giremos, para contemplar las vistas desde el punto donde estamos (espectaculares, aunque no las disfruto, ya que ahora mismo solo pienso en avanzar), costumbre que tiene ya que, nos cuenta, para él lo que más se debe disfrutar en la montaña y a veces se olvida, es del paisaje que nos rodea, motivo por el que se realizan carreras por montaña y en el que muchos corredores no reparan, con tal de recortar unos segundos a una marca que no dice nada.


Se ve que Ramón es un gran conocedor del terreno, ya que va indicándonos por donde tendremos que pasar a continuación y nos va nombrando cada lugar.


Llegamos a una zona boscosa, donde le pido a Ramón un momento para comprobar si Mayte me ha respondido al mensaje (lo que, en efecto sucede), e ir al baño un momento.


Como llevo un ritmo más bajo pero mantengo el nivel de hidratación alternando sorbos de agua normal, con Powerade y con sales, cada pocas decenas de minutos siento la llamada de la naturaleza.


Continúo comiendo también mientras avanzamos, cada 30 minutos aproximadamente, no porque sienta hambre (siento poco ya), sino porque descubro que el azúcar me activa un poco, aunque sea por un breve periodo de tiempo.


Poco antes de que el corredor francés tome su desvío, Ramón nos comenta que estamos llegando a la Collada de la Maiana, desde la que nos augura unas vistas increíbles en cuanto la coronemos.


De la nada, aparecen varios perros, que van lanzados hacia Ramón, que les habla en catalán y posteriormente a su dueño, que aparece en la distancia, sobre nosotros, a quien parece conocer.


Como ahora no me da conversación, noto que comienzo a divagar, y trato de centrarme repitiéndome a modo de mantra el número de teléfono de Mayte, una y otra vez.


Llegamos a la cima, contemplamos la maravilla natural que nos rodea 360 grados a nuestro alrededor, y comenzamos a descender sobre una zona herbosa bastante mullida, que parece amortiguar nuestras pisadas, mientras Ramón nos comenta que la próxima parada será el valle del Madriu, patrimonio de la humanidad por la UNESCO y todo un tesoro natural de los Pirineos.


Comenzamos a bajar y llegamos a una zona con una verja, que el corredor francés atraviesa primero; Ramón, sin volver la vista, me dice que "el último cierra", así que cierro la verja tras de mi y continuamos descendiendo, a muy buen paso.


Nos despedimos del corredor francés y Ramón me comenta que probablemente coincidiremos en el Refugio de l'Illa, donde bromea con dejarme "si no me porto bien", y cruzamos el río que da nombre al valle, el Madriu, sobre una pasarela de troncos.


Un grupo de personas, probablemente voluntarios, según mi "adoptador" están tratando de encender una fogata, y al ponernos a su altura Ramón comienza a hablar con ellos, desde lejos, nos paramos con ellos y nos preguntan como va la prueba.


Por un momento pienso que no tienen nada que ver con la carrera, que son curiosos que conocen, como no, a Ramón, pero cuando hago el ademán de avanzar unos metros (para orinar, de nuevo), nos piden el número de dorsal.


Ramón se sabe el suyo de memoria, y ni si quiera le piden que lo muestre, pero yo al pensar en números solo recuerdo el de teléfono de Mayte, así que, con temor a que me digan algo por no tener la banda de finisher, lo descubro desde debajo del cortavientos, aunque no me dicen nada.


Nos desean suerte y nos despedimos, y comenzamos a avanzar por un precioso bosque, del que Ramón parece conocer cada roca.


Llegamos a otra zona con verja, que vuelvo a cerrar tras de mí, y localizamos a lo lejos dos cabecitas, a las que, según Ramón, daremos alcance en breve.


El río discurre, poderoso, al margen del camino, y mi "adoptador" dice que si así lo deseo, puedo rellenar agua en él (se ha percatado de que bebo y orino bastante), que agua más pura y limpia que la del Madriu voy a encontrar pocas.


Declino la oferta, ya que tengo aun reservas de sobra y, aunque parece muy apetecible y siempre he querido beber de un río o manantial directamente, sé que los riesgos que puede entrañar no merece la pena el esfuerzo, aunque estos se minimicen en el corazón de los Pirineos, sigo sin fiarme demasiado.


Vamos comentando qué pensamos comer en el próximo avituallamiento (a los dos nos ha entrado hambre), y de lejos, vemos a tres chicas que ascienden, sin dorsal, bastones ni nada, hacia nosotros).


Por un momento pienso que Ramón las conoce, ya que desde lejos comienza a hablar y bromear con ellas, pero una vez se pierden por detrás de nosotros me comenta que hay gente muy inconsciente, y se preocupa por como las muchachas se internan en el valle sin ni tan si quiera agua.


Hace poco habíamos visto una tienda de campaña Quechua en mitad del bosque, y por un momento pienso que quizás sea de ellas, pero son tres y la tienda era muy pequeña, así que lo dudo y descarto el pensamiento.


Quería sacar otro tema de conversación, me entretengo mucho charlando con Ramón y tenemos conversaciones muy interesantes, pero el ya ha sacado tema, y vamos charlando desde la naturaleza y las carreras por montaña a lo largo de los últimos años hasta el deporte de élite y el dopaje, pasando por temas personales de toda índole.


Estamos bajando por un terreno que me recuerda a la Sierra de Mijas, pedregoso, con raíces y proclive a provocar derrapes, y en uno de los giros tropiezo, apoyo todo mi peso sobre la rama derecha y "¡crack!" se parte en dos pedazos, provocando que caiga con todo mi peso sobre mis rodillas.


Por suerte las tengo como adormiladas, y aunque el impacto duele, casi no lo noto, por lo que al momento estoy alcanzando a Ramón, que se ha quedado parado esperando, preocupado.


Decido dejar de lado la rama que me quedaba, y le digo que estoy bien, que no se preocupe.


Continuamos descendiendo, ahora más en silencio, debido a la exigencia física de la bajada, y varias veces se vuelve sobresaltado (va abriendo el camino) al escuchar un derrape, pero tengo controlada la bajada.


Se sorprende de que pueda "deslizarme" tan bien, y me pregunta si quiero ponerme delante, ya que a él se le dan fatal las bajadas.


Le digo que no hay problema, que como el quiera, y como insiste, lidero la bajada en el pequeño trecho que teníamos por delante.


Mientras tanto, comienza a darme lecciones sobre bastones, uso, técnica, seguridad... Me parece muy interesante, ya que hasta hace pocas horas (que parecen toda una vida) nunca había usado ningún tipo de apoyo en carrera, aparte de mis piernas, y he comprendido en estas horas lo vital que pueden llegar a ser en montaña, especialmente al enfrentarnos a un desnivel acumulado tan despiadado como el de la prueba.


Llegamos al fondo del valle, mientras Ramón me comenta que, bien usados, los bastones retiran hasta un 33% de fatiga de las piernas (que no desaparece, se carga en brazos y hombros, pero es de vital ayuda en los tramos técnicos), al permitir apoyar el peso en 4 puntos nos ayudan a distribuir la carga que llevemos y proporcionan bastantes ventajas, pero siempre y cuando se sepan usar (es un firme defensor de que la técnica con bastones hay que entrenarla, no vale con cogerlos o apoyarlos de cualquier manera) y, sobre todo, tener muy presente que, mal empleados, pueden ser un arma contra otros corredores y contra nosotros mismos.


Damos alcance a un corredor que está tumbado en el suelo, con una ampolla en el pie que no tiene muy buena pinta, y tras parar un rato con él, preguntarle como está, ofrecerle ayuda y darle ánimos, Ramón me comenta que vamos a detenernos a descansar un momento en una piedra lejana, que parece estar situada en el centro del valle.


Nos encaminamos a ella sin prisa peso sin pausa, pasamos de la carrera ligera al trote y del trote a la marcha, así que aprovecho para mandarle otro mensaje a Mayte y echar una fotografía con el móvil (ya me arrepiento de haber dejado la cámara en La Margineda).




Nos sentamos en la piedra, que me sorprende por su comodidad pese a ser, obviamente, totalmente rígida, y saco mi última bolsa de cacahuetes fritos con miel de la mochila.


Inicialmente Ramón rehúsa mi ofrecimiento, pero acaba aceptándolo, así como un corredor que se para un momento con nosotros antes de continuar (pensaba que nos habíamos hecho daño o necesitábamos ayuda).


A mi "adoptador" le extraña que mande mensajes con el móvil y me dice "pero tu no eras de aquí, me habías dicho, ¿no?" a lo que respondo que no, ni tengo whatsapp, que solo le mando sms.


Me pregunta por mi chica, y luego me dice si puede comprarme las pilas del frontal, ya que las suyas, por lo visto, están casi agotadas, y no sabe si aguantarán la segunda noche.


Le explico que yo uso baterías, que si no le ofrecía encantado las pilas, ya que no esperaba tener que usarlas (por desgracia), pero le comento que, si quiere, si cae la noche antes de alcanzar Bordes d'Envalira, mi frontal es potente, y puedo alumbrar el camino de ambos hasta que éste se bifurque.


Disfrutamos de las vistas unos últimos instantes y decidimos reemprender el camino, por varias razones, nos estamos quedando fríos, yo vuelvo a estar somnoliento (y Ramón me confiesa que le ha empezado a entrar sueño) y unas amenazadores nubes se arremolinan en la distancia, y con el viento soplando hacia nosotros mejor poner distancia entre nosotros y ellas cuanto antes.




Dejamos atrás roca y descanso, mientras Ramón me señala el camino por el que debemos ascender a continuación.


Me lo resume en tramo con "¡sorpresa"! o "¡trampa mortal!" debido al barro que puede engullir nuestros pies como no nos demos cuenta, rodeado de piedras por las que es más seguro avanzar, ascendiendo en terrazas de una otra de forma que nos va a parecer infinita y contemplando unos lagos glaciares preciosos, por los que los franceses se pirran por bajar a pescar cuando tienen vacaciones, cosa que nos parece dudosamente legal.


Comienzo a tener alucinaciones de nuevo, aunque no le digo nada a Ramón (veo corredores donde solo hay sombras, y lo más peligroso de todo, me parece ver una baliza donde no la había, despistando, por un momento, a Ramón, al liderar yo la dura subida.


En efecto, la previsión de Ramón se cumple, y tras lo que parecen horas ascendiendo lo que parecen infinitas terrazas y tras infinitas paradas para orinar (comer y beber lo tengo tan interiorizado que lo hago en marcha y de forma automática), mi "adoptador" me comenta que ya quedan pocos minutos para llegar a l'estany de l'Illa, por lo que aconseja que paremos un momento para ir al baño; el refugio está cerca.


Termino antes, y al girarme veo como el sol comienza a ocultarse tras uno de los gigantes rocosos que custodia la maravilla que es el valle del Madriu.


Miro el reloj, no para ver cuanto tiempo llevo de carrera, pues paré el crono en el Refugio de Perafita, sino para ver la hora.


Faltan un par de minutos para las 9 de la noche, en breve comenzará a anochecer.


Esto va a ser mucho más duro de lo que esperaba, espero que la noche no alimente los fantasmas que me rondan...



Comentarios

  1. Es impresionante, el relato, pero pienso...realmente hay necesidad de sufrir de esta manera? Que razon hay para hacer "locuras", intentais demostrar alguna cosa? respeto las decisiones de todo el mundo, pero veo que es una temeridad, poner el cuerpo hasta el límite. El otro dia lei un articulo de un frances, llamado Chevignon, mas o menos y los problemas que acarrea esta persona es para alucinar, no critico, pero las cosas en justa medida son mejores. Espero estes recuperado totalmente.

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  2. ¡Buenas tardes Minerva!

    Antes de nada, gracias por el comentario, intentaré explicarte mi visión del ultrafondo como corredor de asfalto converso con poca experiencia (por cierto, tardé un par de días en recuperarme, al tercero podía correr sin molestias ningunas, bastante mermado físicamente, pero libre de dolor).

    Cuando una persona corre porque le gusta, como es mi caso, da igual hacerlo sobre asfalto o sobre tierra, en línea recta en círculos, en llano o en cuesta... pero siempre van a haber preferencias.

    En el caso de la montaña, personalmente, me transmite muchísima energía y muchísima tranquilidad al mismo tiempo, descubro paisajes imponentes, que muy pocas personas pueden contemplar a menos que sea a través de imágenes, y todo ello con la satisfacción de ser mi propio medio de transporte, sin depender de nada ni nadie.

    Ya con una maratón, pienso, se pone el cuerpo al límite, pero si incrementas los kilómetros, te das cuenta de que no es que lleves al cuerpo más al límite (si sabes beber, comer y descansar cuando toca), si no que vas aprendiendo a procesar la fatiga y a mantener el avance aunque haya dolor, llega un punto en el que duele y sabes que no va a parar si no paras, pero también sabes que no va a ir a más.

    Para mucha gente, lo mejor del ultrafondo es cruzar la línea de meta, acabar, recordar cuando o donde comenzaste y ver todo lo que has sufrido para alcanzar la ansiada meta; para mí, lo mejor es el camino en sí, es como una micro vida que nace en la línea de salida y acaba cuando llego a la meta, en la que soy una persona diferente al inicio y al final de la misma; aprendo, sufro, disfruto, y la experiencia me hace diferente.

    No corro maratones ni ultra maratones para demostrarle nada a nadie, sino porque me gusta, me hace sentir vivo y me permite vivir unas experiencias increíbles (en el caso de los ultras, contacto con la naturaleza, convivencia con otros atletas, descubrimiento de nuevos parajes... en el caso de los maratones, superación, sacrificio, esfuerzo...).

    Sé que es muy difícil de explicar, si me costaba explicar a personas que no corrían (no sé si es el caso) por qué me gustaba correr y pocas veces logré convencer a nadie, más me cuesta ahora, explicar, incluso a corredores veteranos con años y miles de kilómetros tras de sí, por qué me dedico a carreras de hasta 100 kilómetros y más con 22 años si podría estar batiendo marcas una tras otra corriendo en pista.

    Simplemente correr en pista, aunque recientemente me ha empezado a gustar también, no me llena en absoluto a como lo hace correr una media maratón, una maratón o un ultra; para mí son hasta deportes diferentes, tienen en común que se corre, pero el peso del reloj en el maratón y en el ultra es totalmente diferente.

    No sé si habré sabido explicar correctamente mi visión, pero he hecho lo posible.

    Lo dicho Minerva, muchísimas gracias por el comentario (y por la preocupación) y espero que nos leamos pronto.

    ¡Un saludo!

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    Respuestas
    1. Bien yo no corro, pero puedo entenderte, todos tenemos un camino u otro para sentirnos vivos, disfrutar de paisajes y naturaleza tambien se puede hacer de muchas formas, no todo el mundo ha de hacer lo mismo, faltaria mas, mucha suerte en tu proxima carrera y hasta pronto. Un saludo

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    2. Tienes toda la razón, hay quien prefiere disfrutar de la montaña y la naturaleza sobre una bici de montaña, caminando, a caballo... por suerte en la variedad está el gusto, si todos hiciésemos lo mismo sería todo muy aburrido.

      Creo que, independientemente de lo que se haga, el secreto para ser feliz consiste en buscar el equilibrio, dividir el tiempo en trabajar, estar con amigos y familiares, descansar y dedicarse a las aficiones que cada uno tenga.

      De momento aún no lo he encontrado, y sé que hay veces que dedico más tiempo a correr que a la familia o a los amigos, por ejemplo, pero de los errores se aprende, espero poder encontrar pronto ese equilibrio.

      Gracias por la conversación Minerva, ha sido muy interesante.

      ¡Un saludo!

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