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Ultra Sierra Nevada 2014, Sábado 14 de Septiembre - El retorno del Comapedrosa


Hotel del Duque, 12:12. Km 52,6.


"¡Pero que buena está... qué fresquita!"; había casi más corredores congregados en torno a la fuente que en torno al avituallamiento, donde la mujer que había ido arengando a sus compañeras (pese a tener al menos un par de décadas más de edad que éstas) ya había recuperado y urgía a sus amigas retomar la marcha.


Yo ignoré la fuente, con un claro overbooking, y eché mano al crono y a la chuleta con el perfil de la prueba y los tiempos de paso...



¡¡No podía ser!! Había vuelto a sacar ventaja en este tramo... ¡más de una hora!

La mayor ventaja hasta el momento, tras haber pasado el ecuador de la prueba.


Estaba eufórico, así que saqué el móvil para llamar a Mayte, aunque solo pude ver un 9:12 en el cronómetro del Strava justo antes de que el teléfono se bloquease y apagase.


Bueno, para eso llevaba mi ladrillo de móvil bic... no tenía guardado el número de Mayte en él, pero me lo repetí a modo de mantra en los Pirineos para asegurarme de que, al menos mentalmente, iba bien (en caso de emergencia iba a necesitarlo), así que lo tengo grabado a fuego en mi mente desde entonces.


Hablé tan fresco y animado que Mayte en principio llegó a dudar que la carrera hubiese comenzado ya, y menos aún que llevase más de 50 kilómetros en las piernas... me dijo "¿nene, seguro que no estás aún en casa de tus tíos?" medio en serio medio en broma.


Tras asegurarle que no era así, casi riendo, le dije que le avisaría en breve, que estaba eufórico pero no me iba a dejar llevar por la euforia, que iba a tomarme con calma la segunda mitad ya que lo más duro empezaba ahora, y tras colgar eché de nuevo un ojo al reloj...


3 horas y media aun de ventaja, ¡y quedaban tan "solo" 36 kilómetros... "eso me lo hago yo en 2 horas y media entrenando a ritmo tranquilo", pensé, pero claro, ni estaba entrenando, ni corría sobre asfalto en liso, así que dejé de lado las fantasías y me puse a recuperar en el avituallamiento.


Casi no me había dado tiempo a beber en el tramo desde Güejar, se me había pasado realmente rápido, pero rellené los casi llenos botellines y me obligué a comer un poco y frenar mi ritmo interno; ¡deseaba volver al camino en cuanto antes!


Antes de lo que me gustaría admitir, pese a intentar descansar, decidí ponerme en marcha, "picando" en el último momento en el control de la Sport Ident Card y porque me lo dijo un voluntario, ya que ni si quiera había reparado en él.


Eché a correr, y vi que a lo lejos subía el corredor de los cascos, al que alcancé en breve.


Me puse a su nivel, pero a lo lejos vi a las corredoras que habían dejado el avituallamiento poco antes que yo, y me dispuse a alcanzarlas.


De correr pasé a trotar en cuanto estuve a su altura, ya que la pendiente me devolvió a la superficie, e incluso tuve que ayudarme de nuevo con los bastones para ascender la pendiente que teníamos ante nosotros, cuando llevaba desde la bajada del Alto del Calar sin usarlos para apoyarme.


Una de las muchachas me advirtió de que esta, junto con la subida al Veleta era la más dura de la prueba ("¿y la del cortafuegos?", pensé), así que decidí hacerles caso y reducir el ritmo a pasos.


Pese a ello no tardé en dejarlas atrás, al subir diestramente con mis bastones, y adelanté a otro corredor, creo que de la prueba corta, ya que no me sonaba su atuendo, al llegar al lado de una cisterna de agua.


Iba ascendiendo con el sol calentándome en la espalda sin piedad, por lo que agradecía los tramos con algo de sombrita y vegetación, pero iban desapareciendo conforme ascendíamos... no así las zarzas...


"¡Puñeteras zarzas!" cada pocos metros de ascenso me liaba con una y me arañaba brazos o piernas, enganchándome la malla cuando intentaba tirar para liberarme de ellas.


Cada vez costaba más avanzar, pero me recordaba mentalmente que había ascendido hasta los 3000 metros en Andorra, así que este Dornajo no era nada comparado con la pared que escalamos (sí, sí, escalado) en los Pirineros, y mentalmente, en inglés (no sé por qué, pero hablaba en inglés conmigo mismo sobre la carrera continuamente, en un extraño monólogo interior), me retaba a subir más y más rápido, hasta trotando en algunos tramos.


Cuando la pared comenzó a hacerse menos practicable y las banderitas comenzaron a sustituir a la balización con cinta, mantuve la vista fija en el suelo, paso a paso, buscando el mejor punto para apoyar los Arpenaz y los pies, y, sin darme cuenta, localicé unos pies a lo lejos que no tenían pérdida ninguna... ¡Matt!


No lo veía desde el avituallamiento de la Fuente de la Teja, ¡hacía casi 35 kilómetros ya!


Le saludé desde lejos mientras apretaba el paso para ponerme a su altura, y comenzamos a charlar.


No sabía por qué, ya que físicamente se encontraba genial, no conseguía encontrar una motivación para seguir adelante... decía que en cada kilómetro le parecía menos "lógico" seguir adelante, que no estaba disfrutando pese a encontrarse bien...


Decía que había bebido y comido y el paisaje le encantaba, pero que era un problema suyo, su motivación simplemente se había disuelto, y había decidido abandonar en el próximo punto de avituallamiento.


Le animé diciéndole que casi habíamos coronado el Dornajo, que quedaba menos de la mitad de la prueba y llevábamos cerca de 4 horas de margen con respecto al tiempo cierre de la carrera, pero no conseguí convencerle...


Lo dejé atrás, entristecido (en la Animal me ayudó muchísimo su compañía en los últimos kilómetros, cuando pensaba que estaba incluso fuera del corte de tiempo), y ver caer al que fuese un pilar anímico en esa prueba y un buen amigo, pese a conocernos poco, fue duro.


Mi ánimo cayó un poco también, además de la inminente retirada de Matt, acostumbrado a ir oyendo mi ritmo cada 500 metros ahora el no saber a qué velocidad me movía se me hacía raro, y pese a que iba al límite, sentía, intuía, que iba muy lento.


Llevaba las piernas pesadas, tenía sed pese a beber cada pocos metros, y comencé a notar calambras en piernas, espalda y brazos, así como las manos muy doloridas, aunque sin llegar a estar en carne viva...


La euforia que me invadió en el Hotel del Duque me había abandonado y me había dejado a solas con la realidad: aunque me encontrase tan bien había sido imprudente echar a correr y trotar cuesta arriba con media carrera aún por delante, y ahora lo estaba pagando.


"¡Venga, que acabamos de dejar atrás el 56, ahora es cuesta abajo!" me animó una de las corredoras a las que había dejado atrás al inicio de la subida.


Una segunda me preguntó si era de la prueba larga, y al decirle que sí, me dijo que si quería me podía guardar el frontal y dejármelo luego en meta en Pradollano.


No sabía si lo iba a necesitar o no en el futuro, pero por precaución, decidí rechazar la oferta, ya que nunca se sabe cuando puede ser de utilidad y además era material obligatorio.


Dejamos atrás el Dornajo y, tras una dura bajada en la que tenía que retenerme, con un inmenso dolor de rodillas y cuádriceps, para no tropezar, volvimos al asfalto.


Ya ni me molestaba por intentar arrancar a trotar, las corredoras habían desaparecido en la distancia y me acercaba al avituallamiento, apretar ahora un poco o no (aunque ni tan si quiera podía de haber querido) ya no importaba.


Tenía mucha hambre y estaba físicamente machacado, pero bueno, tan "solo" quedaban ya 30 kilómetros, la distancia que mis compañeros del USN 30 realizarían.


Pasé la Sport Ident Card y llegué al avituallamiento, donde solo había agua, tal y como se explicó en el briefing y se detallaba en el perfil de la prueba.


Aun así algunos corredores que llegaron detrás de mí se quejaron de ello, pero al ser una prueba en semi autosuficiencia y estar avisado sobradamente, no entendí las críticas.


No quise sentarme porque si no sabía que iba a ser muy difícil levantarse, pero si que me quedé un buen rato de pie, me comí un par de golosinas con maltodextrina y otra barrita de Powerbar y me bebí un botellín entero con sales disueltas, el de isotónica, que no lo había tocado desde el Hotel del Duque, y otro solo con agua.


Rellené ambos botellines y pensé en rellenar la camelbak, pero llevaba desde Güejar sin beber de ella, y pese a que notaba relativamente poco peso, se notaba que había, por lo menos, un litro de agua, así que decidí no comprobarlo.


Vacié los bolsillos (llevaba varios envoltorios de barritas Powerbar y de golosinas) y los dejé en la papelera (había visto pocos desechos por el camino, pero aun así había visto cerca de una decena de envoltorios de geles y barritas desde la salida, pocos, pero una vergüenza aun así) antes de hacer la llamada correspondiente.


Miré el reloj... las 13:36, ¡con razón tenía tanta hambre! menos mal que la barrita me había saciado, de momento, y tenía varias más de reserva...


Llamé a Mayte y le comenté que me quedaban "solo" 30 kilómetros, y, según sus cálculos, sorprendida, me dijo que podía llegar sobre las 8 de la tarde.


Yo también había estimado eso, pero no quería vivir de la ilusión, no sea que me diese un mazazo luego, y además, no tenía tiempo de paso en este punto para comparar si había ido mejor o peor en el tramo del Dornajo...


Me preguntó si había comido, y le dije que este era el único avituallamiento con solo agua, pero que me había comido una Powerbar y golosinas y que en el Monasterio de San Jerónimo repondría fuerzas.


Retomé el camino trotando despacio, pero dos corredores, uno de ellos con un polo de la federación de montañismo, me adelantaron andando rápido, así que decidí andar también.


Inicialmente anduve rápido, pero me dolían las piernas enormemente, así que acorté la zancada, perdiendo metros de ventaja con respecto a la pareja que pensaba seguir, si mi cuerpo me lo permitía, pero manteniéndola en mi campo visual.


Tras llegar a una intersección cogimos el camino de la izquierda y volvimos a la montaña, donde varias vacas nos esperaban, pastando tranquilamente.


Decidí parar a orinar, ya que estaba inflado de tanto líquido, y tras comprobar que el color de la orina era clarito y aliviar mi vejiga, saqué fuerzas de donde no tenía, espoleado más por la adrenalina del miedo que por afán de superación, y troté todo lo rápido que pude hasta ponerme a la par de la pareja de corredores, quedándome yo a la izquierda y dejándolos a ellos a la derecha del ganado que nos observaba, curioso.


Entre las vacas incluso avistamos algún toro, apretando el paso los 3 de forma instintiva.


Comenzamos a hablar sobre la prueba, los animales y de todo un poco, y me contaron que ellos estaban corriendo la prueba de media distancia, que llevaban poco más de un año corriendo y era el primer ultra serio en el que participaban, aunque contaban con pruebas en su currículo como el VI CxM Calamorro o el ya citado Animal Trail, donde, según me contaron, entramos muy cerca el uno de los otros aunque no sabíamos quien había llegado antes.


Eran del Rincón de la Victoria, así que, por supuesto, conocían y habían participado en el Desafío de La Capitana, y contándonos nuestras batallitas avanzamos por el ancho carril, una pista que cuando ascendía caminamos y cuando descendía trotamos, haciéndome este tramo muy ameno y, fuese por las sales o por la compañía, comencé a encontrarme mucho mejor, aunque rápidamente me empezó a rugir el estómago.


Llegamos a una zona que parecía la entrada a un monasterio antiguo, medio en ruinas, y supuse que el punto de avituallamiento estaba cerca, pero me inquietaba tanto silencio y el hecho de que mis nuevos amigos no parasen de beber agua cada pocas decenas de metros...



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