Ir al contenido principal

XXXVI Carrera Urbana Solidaria de Málaga "El Corte Inglés" (4k)


Como os adelantaba en mi entrada sobre la previa a la prueba, participaría con mi hermana Marina, mi amigo Gonzalo y Mayte, mi pareja, en la prueba de 4k, con el único objetivo de disfrutar de la mañana acompañándolos (en especial a Mayte) en la versión corta de esta clásica prueba malagueña.

Al final, por diversos motivos, tan solo Mayte y yo correríamos en la prueba de 4 kilómetros, pero nos acompañaría en la jornada su hermana Laura, que correría la prueba "larga".

Tras acompañarla a la salida y disfrutar, no sin una punzada de nostalgia, del fenomenal ambiente que reinaba ya desde los aledaños de El Corte Inglés hasta el Puente de Tetuán, nos dirigimos hacia nuestra salida, en la explanada de Martiricos.




Vi a varios amigos, algunos de lejos o ya calentando, como a Rubén Espejo, al que solo vi de pasada, y otros con los que me paré a charlar un rato, como Daniel, con quien coincidí por última vez en la I edición de la MLK Trail de Málaga.

El año pasado coincidió con el Campeonato de Andalucía de Media Maratón, en Motril, y la I Carrera Urbana Solidaria Ciudad de Fuengirola, así que tras sopesar las opciones, me decanté por la primera, donde establecí nueva MMP del momento, tras una semana algo inactivo debido al comienzo del practicum, que simultaneaba con clases por las tardes en la universidad.

La situación este año, paradójicamente, era similar, tras un entreno problemático debido a las Inov-8 Oroc 340 que me hicieron daño en ambas rodillas, llevaba una quincena muy parado, y tras mi retirada en la pasada I edición del ultra Desafío del Tinto, no había hecho absolutamente nada de deporte.

Llegaba con un mono increíble de correr, sin molestias aparentes, pero preocupado, e iba pensando como reaccionaría hoy mi cuerpo a la prueba.

En la explanada de Martiricos me encontré con Virginia, con quien coincidí ya en la Carrera de las Aguas de Istán y con su sobrina, Sonia, a quien conocí en mi último día en los Países Bajos en junio del año pasado, y a la que hacía más de un año que no veía.

Se enfrentaría a su primera carrera, Mayte, a su segunda, y estuvimos charlando y poniéndonos al día hasta que se estaba preparando la salida de nuestra prueba, que enlazaría en el kilómetro 6 de la prueba de 10 kilómetros, justo en La Rosaleda.

Antes de la salida, dos mujeres muy simpáticas y conocidas de Virginia y Sonia (una de ellas llevaba la camiseta de la I Carrera del Azahar, que se simultáneo con la I edición de la media maratón de Cártama) se pusieron a nuestro lado, y le comenté a Mayte que si llevasen un ritmo similar al nuestro, el objetivo sería "atacarles" llegando a la meta.

A las 10:45 se dio la salida, y tras girar a la derecha y nuevamente, a la derecha, confluimos con la marea humana de la prueba de 10 kilómetros.

Los primeros metros avanzamos casi trotando en el sitio, con cuidado de esquivar el escalón situado bajo el arco de meta, y rápidamente las mujeres que teníamos delante se abrieron paso entre la muchedumbre, siguiéndoles yo de cerca, abriendo paso, y Mayte detrás de mi.

Ya en el Puente de la Rosaleda avanzábamos codo con codo, mientras multitud de padres con sus niños de la mano o cerca de ellos y varios muchachos jóvenes avanzaban a largas zancadas.

Calculando que más o menos a la altura del Centro de Salud de Capuchinos llevábamos 500 metros (ya los "sprinters" de la carrera de 4k que no estaban realmente preparados comenzaban a andar, o reducían drásticamente el ritmo hasta el punto de tener que esquivarlos zigzagueando), consulté el crono; 3 minutos...

Demasiado rápido, la jornada de entrenamiento, allá por Julio más rápida que efectuamos Mayte y yo, entrenando para la I Carrera Nocturna de Puente Genil fue de 2 kilómetros en poco más de 8 minutos, pero en cuanto llegamos o pasamos de 3, al no tener una base tan amplia de entrenamiento, ambos sabemos que le cuesta mucho esfuerzo mantener el ritmo.

Por ello, pese a verla muy "en su salsa", decidí frenarnos un poco, y bien que hicimos, porque en la calle Marqués de Cádiz se alzaba un falso llano que desde el cartel que marcaba el kilómetro 7 (el primero nuestro, que pasamos en 6:10), que no hacía más que elevarse de forma mantenida, casi imperceptible, aunque Mayte me odiaba más y más por momentos, al notarlo claramente.

Yo por mi parte iba genial hasta ese punto, momento en el que en la rodilla izquierda comenzó a resurgir una molestia... y me inundó el miedo.

Iba fresco, no me costaba respirar (y eso que no callaba, la pobre Mayte estaría ya hartita de mi y quedaba aún un cuarto de prueba...) y muscularmente el esfuerzo estaba siendo muy suave, pero ahí estaba, como un crujidito que a cada paso iba acrecentándose...

Intenté concentrarme en la forma de apoyar los pies, ya que en la rodilla izquierda comenzaba a tener molestias también, pero apoyase como apoyase, las molestias no hacían más que incrementarse... mientra tanto, exteriormente, hablaba con Mayte del recorrido, de mis anécdotas en anteriores ediciones, de pruebas que corrí con mi padre o compañeros del club... no podía dejar que notase que algo raro pasaba.

Pese a ir en pendiente ya pasábamos a más corredores de los que nos pasaban a nosotros, aunque alguno de la carrera de 10k que me reconoció me saludó, extrañado de verme en ese punto de la prueba y me animó a apretar un poco, pero tenía claro que la haría de inicio a fin con mi chica, y además, la creciente molestia en mis rodillas comenzaba a tornarse en dolor en la izquierda, por lo que hasta comenzaba a arrepentirme de haber tomado la salida.

Sin embargo, ya no podía sino acabarla, aunque nada más pasar el kilómetro 2 (llegamos en 12:29) y cambiar la pendiente ser favorable en la Alameda de Capuchinos, la rodilla izquierda comenzó a dolerme tanto que por momentos llegué a plantearme parar.

Llevábamos a las muchachas de la salida pocos metros por delante nuestra, y aunque veía a Mayte mejor en la bajada, nos retuvimos, ella porque comenzaba a verse fatigada y yo porque tenía que esforzarme por no cojear de forma evidente mientras descendíamos la larga calle.

La pendiente continuó siendo favorable en la calle Cristo de la Epidemia, pero por suerte, el dolor, pese a persistir, disminuyó ligeramente (eso o me acostumbré a sobrellevarlo), y, ya más silenciosos los dos, fuimos corriendo prácticamente a 6 minutos el kilómetro en principio y posteriormente bajando el ritmo pese a ir en bajada, ya que aunque notaba que Mayte comenzaba a decelerar, la veía muy apurada y mi rodilla agradeció el cambio de ritmo, así que aunque nos adelantasen niños y personas mayores, nosotros seguimos a nuestro ritmo.

Era una fiesta del deporte, no importaba el puesto ni el tiempo, aunque bajar de 30 minutos parecía, por momentos, muy posible.

Sin embargo, al llegar al cartel del kilómetro 9 (tercero en nuestro caso), justo antes del túnel donde mi amigo Salvador, de El Loco Que Corre estaba capturando el paso de los atletas con su cámara, Mayte me dijo que no podía más, ya que llevaba casi 500 metros aguantando un fuerte dolor en las costillas y le costaba respirar.

Entramos en el túnel andando, con cuidado de no estorbar a los corredores que nos seguían, aunque me noté más dolor en la rodilla izquierda (la derecha solo me molestaba) al caminar que al trotar, así que agradecí el arreón de Mayte, tirando de orgullo y voluntad, que comenzó a trotar de nuevo.

Los ecos de aplausos y voces retumbaban en el interior del túnel, creando el efecto de una multitudinaria muchedumbre animando.

Al salir del túnel paramos de nuevo, con Mayte bastante dolorida, aunque rechazando la ayuda de varios corredores que pasaban por nuestro lado, entre ellos un corredor con carrito y Sonia y Virginia, que nos alcanzaron en ese punto.

Tras recorrer unos 200 metros andando y dejar atrás la calle Guillén Sotelo, antes de llegar a la Casa Consistorial y viendo la, al otro lado de la calle, la meta, Mayte se vino arriba y aceleramos.

Me preguntó qué tiempo llevábamos; 27:35, estábamos a poco más de 2 minutos de hacer sub 30 minutos, y, decidida, volvió a trotar, diciéndome que marcase el ritmo.

Fuimos a trote tropical hasta que tuvimos la línea de meta a poco más de 200 metros, momento en el que nos cogimos de la mano y comenzamos a acelerar, descontando los metros que quedaban para acabar la prueba, entrando por el carril derecho.

Entramos juntos, fundiéndonos en un abrazo en línea de meta, pero continuando rápidamente, para no obstruir el paso de los demás corredores.

29:58 tardó ella, 268 de 2010 féminas; 29:59 yo, 337 de 797 chicos; 4600 metros según el GPS, aunque el tramo del túnel, seguramente, lo descolocaría.


Fue una experiencia muy extraña, viví la prueba de una forma que jamás en estos 7 años había hecho, y que me recordó muchos a mis orígenes de 3/4 de pelotón luchando por no ahogarme mientras avanzaba trotando todo lo que mis pesadas piernas me permitían.

Tras superar la enorme cola para recoger la camiseta finisher y un botellín de agua, en la que empleamos lo que me pareció una eternidad y conocí a una muchacha del Cualquiera Puede Hacerlo, que corrí con Merrels y me encontré con varias amigas, como Sonia o Verónica, compañeras del Grado de Educación Primaria, seguía notando molestias.

Incluso después de despedirnos de Laura, que acabó la prueba de 10k poco después de nosotros, y de María, amiga suya que empalmó un campeonato de atletismo en zaragoza con esta prueba.

Incluso después de bajarme del coche hora y media después de acabar la prueba.

Aún hoy, mientras acabo estas líneas, 36 horas después de acabar la prueba, me duelen la rodilla derecha al mantener la pierna extendida y la izquierda al flexionarla.

Por primera vez desde mi adolescencia, he pedido cita para el médico, aunque a final de mes, y por primera vez en mi vida, con un fisioterapeuta, que me atenderá el próximo miércoles.

El Campeonato de Andalucía de Ultra Trail está pendiente de un hilo, mañana, me duelan o no las rodillas y cansado de esperar en vano, saldré a correr 20 minutos, ida a tope, la vuelta desde donde llegue, o trotando o andando o corriendo, según como tenga las piernas, el miércoles saldré a nadar para mantener la forma (he pasado de hacer casi 16 horas de ejercicio semanal a no llegar a los 30 minutos en esta semana pasada) y el jueves, según me vea el fisio, intentaré o no una tirada de 30 kilómetros.

Si la acabo sin molestias en las rodillas (aparte de las causadas por una tirada de semejante calibre) asistiré al Genal; si experimento molestias, no puedo acabar la tirada o, en el peor de los casos, empezarla, no tendré más remedio que renunciar al campeonato.

Me cuesta reconocer que estoy lesionado, pero está claro que nunca he vivido algo así y no sé como reaccionar, me noto irascible, monotemático y fácilmente irritable, por lo que aprovecho para agradecer a familia y amigos que me aguanten pese a ello y les pido disculpas por estar tan pesado.

Y gracias a vosotros también por seguirme, una crónica más, espero poder contaros como se vive desde dentro un ultra de 125 kilómetros este fin de semana.

¡Un saludo!

Comentarios